La demanda por autonomía reproductiva de las mujeres y otras personas gestantes no es una cuestión novedosa hoy por hoy. El aborto ha sido demandado por las agrupaciones de mujeres desde hace varias décadas. La carta de Elena Caffarena -una de las fundadoras del Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena, Memch- de 1935, decía, luego de referirse a otros ámbitos, sobre las luchas de las mujeres:
“En el terreno biológico, nuestra actividad no cesará hasta conseguir que las autoridades, tanto científicas como gubernamentales, se preocupen del angustioso problema que significa para la mujer obrera, o privada de recursos, el embarazo o alumbramiento excesivamente repetido, situación cuyo desenlace es hoy el aborto clandestino con todo su cortejo de enfermedades, o la muerte del nuevo ser por miseria, desnutrición o abandono involuntario y forzado. La mujer tiene derecho a la maternidad consciente, o sea solamente voluntaria en aquellos casos en que su estado de salud y condiciones económicas se lo permitan”.
Si bien muchas cosas son hoy diferentes en el ámbito de los derechos sexuales y reproductivos, en el ámbito de los derechos de las mujeres, y en los avances científico-tecnológicos para el ejercicio de los mismos, lo que permanece cristalizado dentro de las rígidas estructuras de la cultura patriarcal es la decisión de las mujeres acerca de sus cuerpos y por ende de sus proyectos de vida. Algunas lectoras argumentarán que eso no es así, pues hoy en Chile contamos con una ley de interrupción voluntaria del embarazo (Ley IVE) promulgada en 2017, no sin numerosos obstáculos.
En 2017 me encontraba trabajando muy cerca del Tribunal Constitucional, por lo que en esos días de julio y agosto estuve en las manifestaciones de calle Huérfanos, esperando el fallo. Mujeres de todas las edades se abrazaron afuera del Tribunal Constitucional cuando éste se pronunció, permitiendo que se promulgara la ley. Y no era para menos: la sospecha se había levantado de manera más evidente durante este proceso, pues, a juicio de algunos, las mujeres podríamos inventar violaciones con el objeto de acceder a una prestación de interrupción del embarazo en la tercera causal, que es la de violación. Esta sospecha no es nueva, hemos sido las mujeres quienes históricamente hemos tenido que dar pruebas de nuestras capacidades e intenciones. Embarazarse para “amarrar a un hombre”, embarazarse para no ser despedidas, embarazarse para no trabajar. ¿Embarazarse para abortar? Eso no resiste ningún análisis, y da cuenta de la desconfianza que recae en las mujeres injustamente.
Los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres han sido una lucha de largo aliento en Chile. Así como la lucha por la autonomía ha tenido férrea oposición de algunos sectores de la sociedad, incluyendo a la Iglesia Católica, las iglesias pentecostales, a buena parte de la derecha y a grupos antiderechos transnacionales, la resistencia a los discursos que pretenden imponer un control a los cuerpos y por ende a la vida de las mujeres se desarrollaron desde dentro del movimiento feminista.
La Campaña Cuidado El Machismo Mata es una de esas expresiones de la resistencia, así lo vemos desde la tercera versión de la campaña el año 2009, durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, en la que uno de los afiches decía “Basta de criminalizar a las mujeres. Aborto, libre, seguro y gratuito”. La política de “la medida de lo posible” fue lo que primó en la estrategia de algunas colectividades feministas, por lo que la demanda se centró en conseguir la aprobación de las tres causales: inviabilidad fetal, violación y peligro de vida para la mujer. Y sí, escribí las causales “desordenadas”, pues quiero detenerme en que en la causal de peligro de vida, se dice “de la madre” en algunos contextos. Pero en 2012 la campaña de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres señaló que “Ser mujer no es lo mismo que ser madre”, seguido el 2013 de “No al servicio maternal obligatorio”.
Luego, en 2016 la Red Chilena se suma a la Red Feminista de Entrega de Información para un Aborto Libre, Seguro y Autónomo, conformada por diecinueve colectivas feministas, cuyo slogan fue “Miso pa’ todas, infinitas causales”, incorporando ese texto a los afiches de la campaña. Reforzar la idea de que el misoprostol podía ser una alternativa para realizarse un aborto de manera autónoma, sin acudir a un centro asistencial y mediante un procedimiento simple con pastillas, contribuyó a desdramatizar la idea de interrumpir un embarazo.
Para 2017, la reflexión abordó la idea de que las niñas no son madres, mediante el mensaje “niña embarazada, niña violentada”, entendiendo que en la idea de autonomía progresiva, las niñas no pueden decidir embarazarse, sino que, tras la creencia de que si su cuerpo tiene la capacidad de concebir -omitiendo las circunstancias -las niñas también pueden ser madres. Nosotras, desde la Red, dijimos que eso era inaceptable. Esa síntesis es la expresión de un asunto previo: la violencia sexual hacia las niñas. Mirándolo así, la niña que está embarazada, fue violentada sexualmente. Tal fue el caso de “Belén”, niña a la que la prensa nombró de esa manera para ocultar su verdadera identidad. Belén también nació de una niña: su mamá tenía apenas 15 años cuando ella nació. Belén fue violada por su padrastro, quien cumplió una condena pero rápidamente salió en libertad, para luego rondar su casa y acecharla por redes sociales.
¿Qué es aborto libre a partir de lo desarrollado por la Red Chilena? La decisión de la mujer. Libre en ese sentido. Por cierto, se necesita una legalidad, porque no queremos que las mujeres sigan siendo criminalizadas, y queremos que los procedimientos de interrupción del embarazo se realicen de forma segura para las mujeres. Legalizar, entonces, es un medio que permitiría una reglamentación que resguarde a las mujeres de los abusos de terceros. Bajo ese supuesto, ¿ha sido ese el desempeño de la Ley IVE? No es lo que los reportes de organizaciones como Miles han señalado: hay regiones completas en las cuales no hay equipos médicos para realizar abortos, pues la ley actual permite la objeción de conciencia personal e institucional, muchos ni siquiera entregan información. El año 2018 en la campaña escribimos “Aborto Libre”, porque queríamos volver a la centralidad del asunto: la libertad de decidir sobre nuestras vidas.
Por eso que el texto central de la campaña de este año es coherente con lo que hemos señalado en todos estos años. Sumar nuevas causales como ciertos grupos han propuesto -por ejemplo, hubo propuestas que abordaron la falla en las pastillas anticonceptivos -en ningún caso aborda lo que desde la mirada de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres ha sido lo principal: la libertad de decidir. Despenalizar el aborto no obliga a ninguna mujer a abortar. Mantenerlo en la ilegalidad obliga a las mujeres a llevar a término embarazos que no son compatibles con sus proyectos de vida. Por eso, la única causal es la decisión de cada mujer.
Priscila González, integrante de la Coordinación Nacional de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres.