Foto: Martina Peña participante toma feminista EGGP, UChile
Texto: Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres
La demanda por una educación no sexista que hoy se levanta desde los propios espacios educacionales se ha estado incubando desde hace varias décadas con la lucha de las mujeres por participar desde distintos roles al interior de los mismos: primero por acceder a instrucción primaria, por trabajar como educadoras, por acceder como estudiantes y luego como catedráticas a la educación superior, entre otras. Hoy, entonces, no es de extrañar que las mujeres organizadas, partícipes fundamentales de los movimientos sociales, pongamos en el centro que la educación la hemos transformado a lo largo de la historia y lo seguiremos haciendo.
Hemos dicho que la educación es sexista porque desde sus instituciones y espacios se reproduce la cultura machista y patriarcal en la que estamos inmersas: se invisibiliza nuestra participación en los procesos históricos y sociales, en las ciencias, en el arte, en la tecnología, los deportes, se moldea nuestras expectativas de vida en función de la maternidad, los trabajos de cuidado y reproducción de la vida como únicas instancias reales de realización y validación, se nos priva de educación sexual, y se naturaliza la violencia en contra nuestra por medio del currículum oculto de género en las escuelas, institutos y universidades.
Más aún, la violencia en contra nuestra ha sido tolerada por las instituciones amparadas en una cultura machista: el acoso y abuso sexual han sido parte de las manifestaciones de la violencia estructural que vivimos en nuestras trayectorias de vida. Todas hemos vivido o hemos sabido de situaciones de violencia, acoso y abuso en estos espacios. Nada de eso debe ser normalizado ni tolerado.
Las instituciones educativas han avanzado tímidamente en la elaboración de protocolos de denuncia y actuación en casos de violencia, acoso y abuso. Han sido las estudiantes organizadas en colectivos y secretarías o vocalías de género y sexualidades quienes han puesto sus energías y saberes en exigir y demandar políticamente a sus instituciones que reconozcan que se han cometido abusos, y se establezcan acciones para la denuncia, reparación y sanción.
Sin embargo, estas acciones continuarán siendo insuficientes en la medida en que se sigan exigiendo una serie de requerimientos para la aplicación de los protocolos de protección a las mujeres, que vuelven no solo engorroso el proceso, sino muchas veces imposible, como la necesidad de contar con testigos, pruebas, denuncias previas en carabineros, entre otras. En el caso de las universidades públicas, el sumario administrativo ha demostrado ser un instrumento deficiente que no atiende a las particularidades de la violencia en contra de las mujeres. En otros casos, se deja en manos de la justicia patriarcal las investigaciones y sentencias, constituyendo elementos disuasivos para no realizar las denuncias. En concordancia con este tipo de acciones, es preciso que se adopten medidas para erradicar la violencia y discriminación contra las mujeres de la estructura misma del sistema educativo de todos los estamentos, con la que en definitiva se intenta impedir o dificultar la presencia de las mujeres en dicho espacio.
En la campaña “¡Cuidado! El machismo mata”, que desde 2007 recorre el país con mensajes en carteles llevados por distintas emisarias, hemos dicho con fuerza que exigimos “Educación Pública, laica y no sexista” (2011) y que “No hay transformación si se mantiene el sexismo en la educación” (2015); durante varios años hemos trabajado en construir una reflexión feminista de la educación, que está plasmada en la publicación “Educación No Sexista. Hacia una Real Transformación” (2016), y también en la reciente “Nunca Más Mujeres Sin Historia. Conversaciones Feministas” (2018).
Como ha dicho la escritora argentina Selva Almada, ser mujer y estar viva es una mera cuestión de suerte. Hoy, las estudiantes organizadas que con valentía han levantado las movilizaciones ponen en el centro de la discusión que son sus propias vidas las que están siendo amenazadas, porque la violencia se incuba en cada una de nuestras historias. No debemos olvidar que la violencia extrema hacia las mujeres es la consecuencia de una cultura que avala sistemáticamente la violencia en instancias previas a su ocurrencia. Que nos movilice no solamente el femicidio, violación o abuso sexual. Que nos movilicen las condiciones en las que las mujeres nos estamos desarrollando hoy, aquí y ahora. ¡A transformar la educación!