Por Coordinación Nacional, Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres

Durante el 2018 el feminismo lo desbordó todo: colegios, universidades, medios de comunicación, espacios laborales y sobre todo, calles. El movimiento feminista se tomó el espacio público con masivas movilizaciones lideradas por estudiantes que exigían en primera instancia espacios seguros en sus instituciones educativas. Rápidamente la demanda por protocolos que normaran, sancionaran y protegieran a las mujeres del acoso y abuso sexual se fue radicalizando hasta enarbolar la bandera por una educación no sexista.

La radicalización del fondo de las demandas de las estudiantes supuso también nuevas formas de organización, inéditas al interior del movimiento estudiantil que se manifestó masivamente desde 2006 en Chile. La horizontalidad, falta de rostros que lideraran las movilizaciones y la creación de instancias organizativas propias, por fuera de la institucionalidad estudiantil – centros de estudiantes, federaciones, etc. – significó una señal clara hacia la opinión pública, pero también hacia sus propios compañeros: esta vez las mujeres levantarían sus demandas por sí mismas, no delegando más en liderazgos orgánicos las reivindicaciones que por años habían sido relegadas a una mera comisión o reunión sin importancia, para ser archivadas en la larga lista de “complementos” de las demandas centrales.

La puesta en lo público del feminismo conllevó una disputa conceptual, y por cierto política, sobre el contenido mismo de la palabra. En este contexto, vimos durante 2018 cómo diversos personeros e incluso partidos políticos no dudaron en declararse “feministas”, aún cuando sus prácticas son lo diametralmente opuesto: encubren al interior de sus orgánicas a agresores de mujeres, no están dispuestos a comprender el problema estructural de la violencia e incluso protegen a violadores de los derechos humanos y forman parte de la élite política que instauró la dictadura cívico- militar en Chile, luchando a diario por perpetuar los pilares del modelo que les favorece.

Junto con el posicionamiento público del feminismo y una creciente elevación de la conciencia de las mujeres y toda la sociedad respecto a la violencia contra mujeres, el 2018 también nos dejó la alerta presente de sectores fundamentalistas, conservadores y fascistas que cuentan con la venia de medios de comunicación y poder económico para difundir sus discursos de odio y amenazar los derechos mínimos conseguidos por las mujeres y disidencias sexuales, comunidades indígenas, migrantes, y afrodescendientes.

El actual escenario político demanda a los movimientos sociales una radicalización de sus demandas, es decir, apuntar cada vez con más fuerza a la raíz de los problemas. Es precisamente en ese sentido en el que el año 2019 inicia con un importante desafío: articular las diversas luchas de los movimientos sociales e identificar los elementos transversales, estructurales, que subyacen a todas las formas de dominación.

El año que pasó evidenció que las manifestaciones de violencia contra quienes se movilizan ya no son hechos puntuales o aislados, sino que corresponden a acciones de grupos organizados y políticas de Estado. No es casualidad que los movimientos sociales de mayor connotación pública hayan sufrido ataques como fue la agresión con arma blanca en la marcha por el aborto libre en el mes de julio, ni el sospechoso suicidio del dirigente portuario Alejandro Castro en medio de las movilizaciones por la crisis socioambiental en Quintero- Puchuncaví, o el asesinato de Camilo Catrillanca en manos de Carabineros. Detrás de toda manifestación de violencia trascienden intereses económicos, los mismos que explotan a las mujeres a través del trabajo doméstico no remunerado que contribuye a la acumulación capitalista. El año que comienza debe ser un momento clave para articular las diversas luchas sociales en contra de la dominación y la explotación, en ese sentido, comprender, incorporar, reflexionar y actuar desde el feminismo es una tarea clave.

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