Por Soledad Rojas, integrante de la Coordinación Nacional de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres

Conversatorio “Una mirada feminista a la violencia estructural” organizado por la Red Chilena en la Carpa de las Mujeres en el marco de la Cumbre de los Pueblos realizada en diciembre de 2019
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En primer término, quiero saludar este espacio de la Carpa de las Mujeres, como un espacio de encuentro, intercambio, resistencia y construcción de poder.

La Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, lugar desde donde me sitúo, es una articulación de organizaciones y colectivos de mujeres a nivel país, que trabaja desde 1990 desde una perspectiva feminista por erradicar la violencia hacia las mujeres. 

Quisiera situar estas reflexiones sobre el concepto de violencia estructural en el contexto del largo camino que la Red Chilena ha hecho para identificar, nombrar y denunciar la violencia que vivimos las mujeres, y desarrollar, junto a otras organizaciones y colectivas que forman parte del movimiento, diversas estrategias de resistencia. 

Primero hubo que desmontar la parcialidad con que la institucionalidad chilena en los años 90, en los comienzos de la ‘transición a la democracia’, abordó el problema, situándolo en el exclusivo ámbito de lo doméstico, impidiendo identificar las estructuras que lo sostienen, por tanto, despolitizándolo. 

Tuvimos que sacar de la neutralidad los conceptos que invisibilizaban la direccionalidad de género de esta violencia específica: violencia conyugal o de pareja, abuso sexual de menores, y los así llamados ‘crímenes pasionales’ encubriendo asesinatos de mujeres perpetrados por hombres en un ejercicio de poder sin límites sobre sus cuerpos y vidas.

Es así como a fines de la década de los 90, y durante los 2000, las feministas dábamos cuenta de la violencia contra las mujeres presente en todos los espacios que transitamos y, que conscientes o no, nos afecta de una u otra forma, a todas. Distinguimos la violencia física, verbal-sicológica, laboral, económica y patrimonial, el abuso y la explotación sexual, la violación, la violencia política sexual y el femicidio como expresión extrema de esta violencia. Violencia práctica y simbólica que, naturalizada en la cultura, ha sido producida y reproducida por las instituciones y tolerada socialmente.  

Este camino de conceptualización de las diversas manifestaciones de violencia, constatando las maneras diferenciadas en que recaen sobre nuestros cuerpos situados ha sido también el camino de la politización del problema. La permanente reflexión de la Red Chilena, que se ha plasmado en diversas publicaciones, nos ha permitido ampliar los límites de lo que se ha entendido por violencia hacia las mujeres, señalar los ámbitos en que se produce y se reproduce, las formas en que se legitima y se invisibiliza. 

Entre los mecanismos clave que hemos identificado, por nombrar algunos, están el sexismo en la educación, que se inicia en la naturalización de un orden patriarcal-jerárquico en la familia, continuando esta naturalización en los juegos, cuentos y canciones infantiles, para luego reforzarse en la escuela a través de los textos escolares de la enseñanza básica y media y el currículo oculto en la sala de clase. Por su parte, el sexismo en la publicidad orientada netamente al mercado; y los medios de comunicación entregados igualmente al mercado, sin posibilitar la formación de opinión crítica ante los acontecimientos que se informan, hacen también lo suyo. La violencia institucional que se manifiesta en políticas represivas y de control sobre los cuerpos de las mujeres, la sobre medicalización de estos, la criminalización del aborto, (como sabemos, 3 causales que permiten un aborto legal en Chiles cubre solo 3% de los requeridos por las mujeres y, aun así, las resistencias de los sectores de derecha lograron, vía tribunal constitucional, establecer la objeción de conciencia a las instituciones); la indolencia y negligencia del sistema judicial frente a los crímenes contra las mujeres, con investigaciones deficitarias, encubridoras y cómplices de tanta impunidad. En el ámbito laboral, los trabajos precarios para las mujeres, las desigualdades salariales, la invisibilización del trabajo de la crianza y el cuidado, y su no valoración (se supone que las mujeres lo hacemos ‘por amor’), forman parte de las ideologías patriarcales y fundamentalistas que intentan mantenernos en roles afines a las estructuras de poder que organizan nuestras vidas.  

La Campaña ¡Cuidado! El machismo mata construida e implementada colectivamente por la Red Chilena desde el año 2007 a la fecha, ha permitido comunicar año a año, en un lenguaje accesible y masivo, los contenidos desarrollados en estos años, proveyendo a las activistas de un material invaluable para la reflexión y ampliación de la conciencia social sobre la violencia contra las mujeres como problema político, de poder y evidenciar sus mecanismos de producción y reproducción. Ha sido esta una tarea de resistencia política que como feministas emprendimos. 

Y así llegamos al concepto de violencia estructural, siguiendo una ruta de pensamiento (entendido este como parte de una práctica política). Sucesivas aproximaciones a la experiencia de la violencia que vivimos las mujeres en el patriarcado han configurado este punto de llegada, que es también punto de partida para nuevas aproximaciones a la comprensión de la violencia contra las mujeres. 

Abordar el concepto de violencia estructural desde una perspectiva feminista nos exige profundizar nuestra reflexión sobre las formas en que el poder se organiza, y su desigual distribución como base de la dominación social, política y cultural que vivimos las mujeres, y otros cuerpos precarizados; comprenderla desde los espacios diferenciados en que se manifiesta pero sin segmentarla, sin perder de vista las interconexiones que existen entre estos espacios y entre las violencias que en ellos se manifiestan.

Las violencias que experimentamos las mujeres están interconectadas porque en su origen hay “procesos de estatificación social” que producen “un daño en la satisfacción de las necesidades humanas básicas (supervivencia, bienestar, identidad o libertad)”. De eso estamos hablando: nuestras necesidades básicas (supervivencia, bienestar, identidad, libertad) no encuentran satisfacción porque hay “procesos de estratificación social” que son un impedimento para dicha satisfacción. A eso llamamos violencia estructural, siguiendo a Daniel La Parra y José María Tortosa (2003). 

Llegadas a este punto necesitamos nombrar esos “procesos de estratificación social”:

Como dice Francisca Fernández en su texto ‘Extractivismo y patriarcado: la defensa de los territorios como defensa de la soberanía de los cuerpos’

La violencia estructural en torno a las mujeres se sostuvo y sostiene desde la triada capitalismo, patriarcado y colonialismo, en tanto mecanismo de producción, reproducción y legitimación de los poderes hegemónicos mediante la naturalización de la desigualdad, privilegiando a un determinado sujeto: el varón, blanco, con poder adquisitivo, heterosexual, entre otros elementos normalizadores, por lo que mientras más nos alejamos del sujeto-tipo más desigualdades sociales nos atraviesan.  

De esa estratificación social estamos hablando entonces: la que es propia del patriarcado, el capitalismo y el colonialismo. Máquinas productoras de violencia porque requieren para su reproducción del sacrificio de cuerpos y territorios. 

Yo creo que como feministas siempre hemos entendido la violencia hacia las mujeres como violencia estructural en el sentido, ya señalado, de que es el resultado de una estratificación social que produce daño en la satisfacción de nuestras necesidades humanas básicas (supervivencia—el machismo mata—bienestar, identidad, libertad). Cuando hemos nombrado esa estratificación social hemos dicho: patriarcado. Esa estratificación social es propia de las sociedades patriarcales. Lo que estamos invitadas ahora a pensar (la invitación es de antigua data—que lo digan las feministas marxistas) es que la estratificación social que nos mata, limita, impide nuestro bienestar, aplasta nuestra libertad, es también capitalista; que capitalismo y patriarcado se entienden muy bien.   Pero la invitación es también a nombrar la estratificación social opresora colonialista y racista. Invitación que tampoco es nueva (que lo digan las feministas latinas, afrodescendientes, de la India, o de los pueblos originarios de nuestro continente). Capitalismo, patriarcado y colonialismo se refuerzan entre sí. 

Curiosamente, feminismos, movimientos políticos anticapitalistas y anticolonialismo no se han integrado tan bien como sus contrapartes: patriarcado, capitalismo, colonialismo.

Como señala de Souza Santos, 

mientras que la dominación moderna articula siempre capitalismo con colonialismo y patriarcado, las organizaciones y movimientos que vienen luchando contra ella han estado divididos, cada uno privilegiando alguno de los modos de dominación y descuidando, o incluso ignorando, el resto; y cada uno defendiendo que su lucha y su forma de lucha son las más importantes.

Tal vez, una de las causas de esta falta de articulación de las resistencias a la “dominación moderna” es que no se ha pensado, de manera radical, desde los cuerpos. Los cuerpos de las mujeres interseccionan la violencia patriarcal, capitalista y colonialista. En la “dominación moderna” se han integrado.

Se hace imprescindible profundizar, entonces, en las compresiones interseccionales, y los aportes que el pensamiento feminista ha producido en distintos contextos históricos y geopolíticos. Profundizar en las formas como son experimentadas concretamente las intersecciones de género, clase y raza. Esto es, trabajar desde un enfoque localizado y contextualizado para erradicar definitivamente toda violencia patriarcal, clasista y racista.  

gracias!