La violencia silenciosa del patriarcado

Las mujeres con diversidad funcional formamos parte de la gran amalgama de mujeres excluidas, aquellas que hace poco tiempo atrás eran inexistentes, en muchas áreas del discurso oficial feminista global, aquello hacia imperante llevarnos a la conclusión de levantarnos, alzar la voz y por qué no decir, empoderarnos para que nuestras voces también fueran escuchadas.

Esto, por lo tanto, fue uno de los grandes motivos que nos llevó a constituirnos como un Nuevo Feminismo, uno del cual no se hablaba, no se conocía y menos se debatía en los espacios feministas que a vista y a toda lógica eran diversos, pero que, en la práctica, omitían todas nuestras voces.

Actualmente ya no nos es propio hablar de Feminismo en forma singular, ni tampoco es propio abstraer un estándar de mujer, para referirnos a todas las mujeres, sino más bien al contrario, existe en estos momentos ya una clara necesidad conceptual e imperante de hablar de Feminismos en plural, marcando el referente a tener en cuenta: a la diversidad de mujeres (desde nuestros contextos existenciales), porque entendimos en los diferentes espacios que acuerpamos que omitir esta diversidad puede desembocar en todo tipo de violencia, tan violento como el patriarcado mismo que nos envuelve.

Entendimos así desde esta pluralidad que las mujeres tenemos diversas y distintas necesidades y demandas, pero que, bajo ningún concepto, dicha pluralidad debe significar distancias entre las unas y las otras. Debemos ser referente también para transformar la realidad y, así, superar las desigualdades estructurales que hasta ahora predominan en nuestras sociedades y culturas. Desde este sentido y esta pluralidad de mujeres que habitan las diferentes cuerpas que nos sostienen y de esta necesidad de expresar los diferentes contextos y necesidades es que nace el Feminismo de la Diversidad Funcional.


Este término de «Feminismo de la diversidad funcional» no es más que la expresión que hemos y se ha acuñado ya en otros países y por compañeras que han dado la batalla, en resistencia, pero también en la búsqueda de visibilizarlo anteriormente, como por ejemplo (M” Soledad Arnau, Frida khalo, entre otras), y que tiene como objetivo principal recoger en una línea de pensamiento feminista no sólo como interactúa la suma: género + diversidad funcional (desde fuera), sino que, sobre todo, cómo, quienes nos encontramos en esta situación (desde dentro), somos capaces de dar expresión a nuestras propias experiencias.


Esta realidad del Feminismo que, hasta hace poco se encontraba en pañales. Y que lastimosamente, hoy en día, es un tema bastante desconocido y, por qué no decir debatido, que se oiga hablar de la voz de las mujeres que tienen alguna diversidad funcional dentro de lo que es el pensamiento feminista general es complejo, pero necesario dentro de nuestros espacios.

M” Soledad Arnau citaba: “vitales de como debemos concebir e interpretar sus realidades más propias; sus maneras diferentes de ser y estar en el mundo a través de sus cuerpos, sus sexualidades, sus códigos y esquemas gesto-lingüísticos y de comprensión, su cultura de la diversidad funcional…”


Las mujeres con diversidad funcional, históricamente, hemos padecido a lo largo del tiempo lo que podríamos denominar como un proceso de homogeneización dentro de nuestras diferencias como consecuencia directa de la ideología médico-rehabilitadora dominante, este motivo que ha desembocado en una serie de denominaciones y clasificaciones en función de nuestras “enfermedades” y, de donde se deduce que las “supuestas diferencias de género y sexo” han quedado totalmente obviadas sin ningún miramiento.

Sin embargo, es importante tener presente que el clásico modelo de dominación masculina se entrelaza directamente, por un lado, con el enfoque médico rehabilitador cuando, en el surtido de denominaciones, se usa el género masculino hipotéticamente, de maneras neutra: enfermos, minusválidos, discapacitados, físicos, sordos, ciegos, psíquicos, cojos, paralíticos… y un extendido etc.

Basta en echarle un vistazo a la nomenclatura de las asociaciones tradicionales de “discapacidad” de nuestra geografía y gramática para darnos cuenta la omisión en cuanto a género se trata. En resumidas cuentas, este concepto médico-rehabilitador omite el género femenino o disidente por completo.

Al mismo tiempo entorpece nuestra imagen social mediante el constante mantenimiento de múltiples prejuicios, prejuicios que todavía existen en torno a la diversidad funcional, fruto del modelo médico, que dificultan enormemente que las mujeres con diversidad funcional, podamos disfrutar de nuestra vida plena, nuestras relaciones amorosas y sexuales con absoluta normalidad; y, con ello, entorpece igualmente que nos sintamos mujeres completas y aptas para el goce de una vida libre de violencia.

Pam Evans citaba una lista de prejuicios por parte de personas sin ningún tipo de diversidad funcional hacia quienes vivimos con algún grado de ella:


Que somos asexuales, o en el mejor de los casos, sexualmente incompetentes.


Que no podemos ovular, menstruar, concebir ni dar a luz, tener orgasmos.


Que si no estamos casadas o con una pareja estable es porque nadie nos quiere y no
porque sea nuestra decisión personal permanecer solteras o vivir solas.


Que, si no tenemos hijos, es causa de una profunda lástima e igualmente nunca se puede
deber a nuestra elección.

Que, si tenemos hijos, de igual forma se nos cuestiona si podemos maternar o criar de forma adecuada, o simplemente no deberíamos ser madres.

Que cualquier persona sin diversidad funcional que se case con nosotros lo tiene que haber hecho por motivos sospechosos, y nunca por amor. Quizás por el deseo de esconder sus propias diferencias en las evidentes de su compañera/o con diversidad funcional; quizás por un deseo altruista y/o piadoso de “sacrificar” su vida en nuestro cuidado; por algún tipo de neurosis, etc.


Que, si nuestro compañero también tiene diversidad funcional, nos hemos juntado precisamente por esta circunstancia, y no por cualquier otra cualidad que podamos ambos poseer. Cuando escogemos a “los de nuestra clase” así, el mundo de los no diversos funcionales se siente aliviado, naturalmente hasta el momento en que decidimos tener hijos; entonces se nos considera irresponsables.


Luego de estas reflexiones, nos damos cuenta cómo el feminismo de la diversidad se considera ampliamente anti-capacitista, y como este fenómeno de capacitismo sutilmente descrito en todo lo leído anteriormente, va derecha y estrechamente de la mano a un sistema de violencia patriarcal.


El capacitismo ha sido pensado para nombrar la discriminación de personas por motivo de diversidad funcional, o como a la teoría y a la academia le gusta nombrarnos, “persona en situación de discapacidad”, ha sido comprendido como un eje de opresión que en intersección con el racismo y el sexismo produce como efecto la ampliación de los procesos de exclusión social, mayormente de las mujeres y disidencias diversas funcionales.


Deconstruir la discriminación nos obliga a adentrarnos en la génesis de esta, diseccionar su naturaleza y descifrar todos sus significados, todas sus vertientes, hasta las más sutiles. La discriminación se erradica cuando se comprende en carne propia y cuando se compara con la identidad.


Al tratar de explicar la discriminación es necesario hacer un ejercicio de comparación con otras realidades del ser humano, afectadas también por el delito de la discriminación, todas ellas comparten el dolor de no ser admitidas por quienes se han instituido como el patrón social de poder, es decir, el hombre blanco, heterosexual, de clase media-alta y, por supuesto, y claramente sin diversidad. Compartirán también con ellas el inconformismo de querer ser en la diferencia, de rebelarse contra estas estructuras de dominio que excluyen a las cuerpas distintas, de buscar un espacio propio en la ley sin que nadie tenga que otorgarles ese privilegio, porque ese lugar es nuestro, por derecho propio y, sin embargo, nos ha sido arrebatado.


Entendemos así que el machismo no nace, el machismo ha sido históricamente instalado para dominar, en toda su amplitud, a las mujeres, y diversidades. En este sentido, resulta imprescindible mirar al machismo como paradigma de lo que tenemos que combatir, para entender el capacitismo como un sistema de valores que considera que determinadas características típicas del cuerpo y la mente son fundamentales para vivir una vida que merezca la pena ser vivida, para una existencia en el derecho.

Todo lo que no cumple estos estándares, corporales, mentales, intelectuales o sensoriales se queda en los bordes. Pues, atendiendo a esquemas estrictos de apariencia, funcionamiento y comportamiento, el pensamiento capacitista considera la experiencia de la diversidad funcional como una desgracia que conlleva desventajas, sufrimientos, dolores y, de forma invariable, resta valor a la vida de cualquier ser humano.


El capacitismo fue la razón por la que no se nos dejaba votar a las personas con diversidad funcional, por este automáticamente antes (aunque aún se sigue haciendo) se nos esterilizaba, quebrantando nuestra integridad, invadiendo nuestras cuerpas como si no fueran nuestras. También por razón de nuestra diversidad funcional se nos segrega del circuito escolar, tradicional, se nos dice y se nos obliga muchas veces a que vivamos escolarizadas en escuelas “especiales” llevándonos a sólo relacionarnos con personas de “nuestra clase”, se nos integra en instituciones y hasta se nos interna y se nos medica al margen de nuestra voluntad.

Y ni hablar de las barreras con las que convivimos y que nos limitan derechos como el trabajo, la salud, a la cultura o la tutela judicial efectiva; vivo ejemplo como actualmente en 2023, pleno siglo XXI, las diversidades sordas, tienen nulo derecho al sistema de defensa judicial para poder tener juicios justos, pues no son tomados en cuenta como testigos, ni declarantes por su diversidad, estos resultan ser muros que dificultan nuestra propia socialización, aquella que deben ser parte de nuestras preferencias y deseos, como miembros que somos de la comunidad.


La tutela patriarcal ha sido el peor de los males para el desarrollo social e individual de las mujeres, y la tutela institucional hasta el día de hoy sigue agudizando nuestro reconocimiento como personas sujetas de derechos, porque en estas políticas, en estas prácticas y en este paisaje cotidiano de discriminación resulta complejo sentirse como tal.


Afortunadamente, existimos mujeres como Arnau, antes y después hemos iniciado una lucha y revolución del respeto hacia nuestra libertad y derechos de una vida libre y anticapacitista. Mujeres y disidencias con diversidad funcional que reivindicamos en marco de la equidad y la accesibilidad como derecho.


En muchas esferas de la vida, las personas con diversidad funcional estamos en la olvidada época de los años 90, pidiendo permiso para nuestra liberación, porque la diversidad funcional, se sigue asumiendo como una condena, como un castigo y no se ve como una característica propia de la diversidad humana. Se ve en nosotras el castigo y la pena todo el tiempo, y esto empaña nuestra propia dignidad y dificulta grande e inexorablemente el goce y disfrute de los derechos y libertades fundamentales.


En definitiva, el machismo, su significado y sus consecuencias son extrapolables a otras realidades como las de la diversidad funcional, históricamente excluida, pues al igual que ser mujer es injustamente determinante en la discriminación, también lo es ser mujer o disidencia con diversidad funcional.


Sobre ese cimiento, quienes habitamos la diversidad funcional siendo mujeres activas tenemos el gran deber de seguir fortaleciendo este activismo propio que se ha construido desde los diferentes espacios feministas que se han abierto a acuerpar esta lucha, desde los espacios del movimiento social. Es necesariamente indispensable acompañar y tener la compañía del feminismo, como movimiento empoderador, beligerante y crítico contra un sistema que niega a las mujeres un lugar en el mundo, como se nos niega a nosotras. No porque sea una obligación, sino porque estamos llamadas como feministas acuerpadas a querernos, entendernos y apoyarnos para juntas sostener y reafirmar la vida libre de violencias que deseamos y merecemos, para que nadie se vuelva a apoderar de ella sin pedirnos permiso.


Sé lo difícil que es ver con ojo crítico sin que nos provoque sentimientos lo que he redactado en este escrito, sin embargo, confío que haya podido explicar cómo el capacitismo a pesar de tener muchos rostros, parte de un elemento central común a todos ellos: el rechazo y el abuso del y de la “diferente.”


Si tenemos que hacer una conclusión, concluimos entonces, que el capacitismo es un crimen de poder a todas luces, al establecer que esa colectividad “estándar”, “capaz” y “patriarcal” defina qué espacios o qué derechos se nos conceden a los que nos escapamos de este patrón de medida “superior” desde el cual se proyectan y diseñan productos, entornos y servicios para el desenvolvimiento individual y grupal. Porque ha sido y es esa colectividad llamada o vista como “perfecta” la que ha decidido si las personas con diversidad funcional y sobre todo las mujeres que la habitamos podemos vivir, podemos participar y en definitiva podamos ser en nuestra diversidad.


Contra esto no nos cabe ningún tipo de resignación posible, ningún tipo de conformismo, y solo entendemos que desde el feminismo de la diversidad funcional anti-capacitista podremos habitar y respaldar una vida libre de violencia patriarcal y digna como mujeres diversas funcionales sujetas de derechos. Y aunque suene una frase cliché, nosotras seguimos diciendo y gritando: ¡Nada sin nosotras, ni por encima de nosotras!

Por Alejandra Carrasco.

Integrante de Tejido de Mujeres Feministas de Atacama, parte de la articulación nacional de la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres.