Por Tamara Vidaurrázaga, encargada de investigación y educación Instituto de la Mujer

Cada septiembre la memoria nos estremece recordándonos aquello que antes fue cotidiano y hoy nos espanta. Porque hubo un tiempo en que a diario sabíamos de muertes, prisión y exilios. Hubo un tiempo en que el miedo y la desconfianza eran pan de cada día, y que también nos sirvieron para sobrevivir.

En esas horas oscuras las mujeres no fuimos partícipes de segunda mano, sino protagonistas. Nuestras hermanas, madres, abuelas. Las vecinas, profesoras, feministas y pobladoras. Todas esas y muchas más, fueron las primeras en salir a la calle, en organizar la subsistencia, en exigir verdad cuando la justicia era un lujo. Enfrentaron la represión, denunciaron la violencia y en la calle exigieron democracia.

Esa genealogía que nos hacen olvidar, es la que recordamos este septiembre las feministas, orgullosas de aquellas que nos antecedieron y acompañaron, porque reconocemos que si este año celebramos un mayo feminista, es también porque existieron en nuestra historia y nuestras vidas.

Muchas de ellas ya no nos acompañan: fueron asesinadas y desaparecidas. Otras sobrevivieron, y con sus experiencias nos alumbran el camino en las luchas actuales. Al oído todas nos susurran: no están solas, somos muchas en esta pelea cotidiana por la dignidad y nuestros derechos.

Con todas ellas caminaremos este Septiembre de Memoria Feminista, con ellas en la memoria, exigiendo verdad y justicia, pero también celebrando lo que fueron en vida, y con alegría por tenerlas en nuestras existencias. Humanas todas complejas y en las que nos reconocemos, como mujeres luchadoras, en un mundo en el que todo nos sigue costando el doble de esfuerzo.

Caminaremos con el histórico lienzo feminista “Democracia en el país y en la casa”, porque todavía a esta democracia le falta, cuando los criminales recuperan su libertad sin haber pagado los males cometidos. Cuando la democracia no ha llegado para el pueblo mapuche, ni para la niñez trans, ni para quienes continúan siendo ciudadanía de segunda clase. Y porque la casa es la deuda pendiente que nos agobia cada día, y con la que hacemos malabares para responder en todos los frentes y dejarnos espacio -aun así- para las luchas colectivas.

En tiempos de arremetida negacionista, las feministas más que nunca recordamos. Pasamos por el corazón y sabemos que fue cierto, porque estuvimos ahí. Algunas en carne y hueso, otras a través de la experiencia transmitida por la genealogía de mujeres que este septiembre agradecemos, porque abrieron los caminos de las que vinimos después y nos hicieron más poderosas.