Adriana Gómez M., periodista feminista.

Para el año 2050 Chile será, con bastante certeza, el país más envejecido de América Latina y el Caribe. Según la encuesta Casen (2017), el 16,7% de la población del país supera los 60 años, y de este total, un 57% corresponde a mujeres mayores, lo que significa que el envejecimiento en el país está cada vez más feminizado. Mujeres con mayor expectativa de vida, sí, pero no necesariamente viven mejor; por el contrario, la cotidianidad de sus vidas está signada por distintas exclusiones, discriminaciones y violencias que afectan sus derechos humanos más básicos. 

A tomar en cuenta:

  1. Las mujeres mayores perciben menores ingresos que los hombres en el mismo rango etario. Mientras los hombres ocupados de 60 años o más percibieron en promedio $581.517 pesos, las mujeres de esa edad recibieron $383.913 pesos, es decir, un 34% menos (Encuesta Suplementaria de Ingresos 2018). Asimismo, de las personas que recibieron pensiones por vejez al 31 de enero de 2020 las mujeres percibían en promedio $140.699 pesos, mientras que los hombres recibían $231.639 pesos. Esto implica que la pobreza es una realidad en la vida de muchas mujeres viejas, más aún si son viudas o separadas, o incluso jefas de hogar, lo cual suma varios puntos a su condición de pobreza.
  1. Las mujeres han sido siempre las encargadas del trabajo doméstico y crianza, labor no pagada y no reconocida como “trabajo productivo” (división sexual del trabajo), por tanto no incluida en las cuentas nacionales. Y esto no acaba cuando envejecen, por el contrario, las mujeres mayores no descansan sino prosiguen con labores domésticas y además cuidando a nietas, nietos. Del mismo modo, la atención de personas enfermas, discapacitadas o en situación de dependencia severa a menudo es tarea de mujeres, desde jóvenes hasta que son viejas, ya que se “naturaliza” su “mejor disposición” para cuidar a otros. Según el estudio “La crisis del sistema de pensiones en Chile: Una mirada desde la economía feminista”, las mujeres, durante toda su trayectoria vital, destinan más horas al trabajo no remunerado que a una jornada laboral pagada. Así, no se jubilan en ningún momento de sus vidas e incluso después de los 70 años siguen trabajando un nivel de horas cercano a una jornada completa. 
  1. Las mujeres mayores tienen, en promedio, menos años de estudios que los hombres de su misma edad. Muchas mujeres de 60 años y más no han completado la educación media y pocas han tenido acceso a estudios superiores, lo que limita su inserción laboral en trabajos mejor pagados y formales. Incluso el analfabetismo femenino sigue estando muy presente, en especial en zonas rurales. 
  1. Las mujeres viven más que los hombres, pero también padecen más enfermedades crónicas y en general expresan tener peor condición de salud. Sus morbilidades a menudo son resultado de años de desatención de su salud integral y demora en buscar ayuda profesional, al igual que mala nutrición, embarazos repetidos, partos y abortos inseguros, tareas domésticas agobiantes y, en muchos casos, vivencia de violencia machista de larga data. 
  1. Efectivamente, un número importante de mujeres mayores ha sufrido distintas formas de violencia machista, incluyendo violencia sexual, realidad poco visible e incluso normalizada en la sociedad. Sin embargo, según una columna de opinión de las investigadoras A. Fuentes-García y P. Osorio, “solo fue hasta la Cuarta versión de la Encuesta de Violencia contra la Mujer en el Ámbito de Violencia Intrafamiliar y otros espacios (ENVIF.VCM, Subsecretaría de Prevención del Delito, Ministerio del Interior y Seguridad Pública), que se incorporó a las mayores de 65 años como parte de la muestra… Es decir, en las tres versiones anteriores fueron excluidas o no incorporadas como un grupo objetivo relevante para el fenómeno en estudio: la violencia contra la mujer. Los resultados de la Cuarta Encuesta (2019) señalan que sí existe violencia de género contra las mujeres mayores, declarando el 30% de las entrevistadas haber sido víctimas durante su vida de violencia intrafamiliar psicológica; 16%, física; y 9,5%, sexual. Y habiendo, el 15% de ellas, sufrido algún tipo de violencia del tipo aislamiento o exclusión social (que le dejen de hablar o no la tomen en cuenta, que la dejen sola o la abandonen), psicológico (que le griten, le insulten u ofendan; que le digan que es un estorbo), económico-financiero (que le quiten dinero o sus pertenencias), o físico (que la hayan lastimado o golpeado). La invisibilidad de la violencia contra las mujeres mayores surge y se perpetúa desde ese propio entramado patriarcal que tiñe las normas y valores ético-morales que sustentan las formas de convivencia social y familiar”.
  1. Por último, y no menos importante, la construcción social alrededor de la vejez de las mujeres está cruzada por una serie de prejuicios que determinan su menor “valor” e importancia en una sociedad gerontofóbica, edadista, y también profundamente patriarcal. Pues si bien el maltrato y el desprecio que se expresa hacia las vejeces es un problema estructural subyacente a nuestra sociedad, y que impacta tanto a mujeres como a hombres mayores, en el caso de las mujeres está además condicionado por su género. Es decir, la edad no es neutral respecto del género, por lo cual el castigo social hacia las vejeces femeninas es mucho más drástico, severo y radical. Se la penaliza, en distintos planos, por llegar a vieja y perder aquellos atributos que “otorgan” el valor e identidad de ser mujer.

Esta realidad, que parece invisible para la sociedad en general, también está mayormente ausente de las reflexiones feministas que no han abordado el factor “edad” como categoría de análisis sobre las desigualdades sistémicas que afectan a las mujeres (interseccionalidad). Sin embargo, las mujeres viejas de este nuevo siglo están levantando cada vez más sus voces y sus reclamos, buscando resquebrajar el silencio. No más ausentes.