María Stella Toro Céspedes, Historiadora feminista, integrante de las ReSueltas Feministas Populares y del equipo educativo de Fundación Epes
Seminario-Taller Visibilizar la historia de las mujeres: un desafío para la deconstrucción del patriarcado
19 de octubre, 2018
Quiero plantear esta presentación como un ejercicio que me permita poner en voz alta y en conjunto con ustedes algunas preguntas y reflexiones que considero nos pueden aportar en el desafío que significa llenar con palabras, contenidos y sentidos lo que entendemos por una historia feminista.
Si voy a lo personal, les puedo contar, que en mi caso llegué a pensar en esta posibilidad a partir de las conversaciones que alimentaron la elaboración y posterior publicación y presentaciones del libro “Nunca más mujeres sin historia”, entre conversa y conversa, me quedaron dando vueltas las historias colectivas y personales que compartimos, los textos que elaboramos y las emociones que flotaron y nos atravesaron en distintos momentos del proceso, en el transcurso de esas conversaciones me convencí de que no (me) bastaba con pensar la historia desde la teoría de género, ni desde lo que tradicionalmente hemos conocido como la historia de las mujeres, pues en ambos casos no lograba dar con la posibilidad de pensar en una historia global en que lo construido, cuestionado y pensado por las mujeres y las disidencias tuviera un lugar que fuera más allá de convertirse en un complemento o un apartado.
Mientras conversábamos entendí que si para mi el feminismo es una forma de entender, significar y tensar las relaciones de poder que marcan las jerarquías establecidas entre las personas a partir de los significados otorgados a las concepciones tradicionales de género, una historia y una historiografía que busca develar esas relaciones es feminista en la medida que se nutre de los cuerpos conceptuales y de las metodologías que el feminismo ha creado y recreado, pues es una forma de conocer y comprender el mundo en que vivimos a través del cuestionamiento profundo de las distintas formas de violencia, de encasillamiento, segregación y exclusión que vivimos las mujeres y la mayoría de las personas en sociedades como la nuestra.
Uno de los aspectos que más me sedujeron al pensar en una historia feminista es que puede ser un camino para recuperar la potencialidad transformadora que tiene cualquier pensamiento crítico que se vincule con el ejercicio de problematizar e interpretar la realidad que está en la base de la historia y el feminismo es precisamente eso, en sus trayectorias teóricas y prácticas es un pensamiento crítico que nos permite revisitar la historia que nos han contado, entre las que podemos por ejemplo cuestionar lo aprendido con el simple ejercicio de preguntarnos dónde estaban y cómo eran las mujeres que no aparecen en los relatos que nos enseñan en el colegio, cuáles son sus aportes, sus sueños y sus contradicciones. Preguntarnos cómo son las mujeres que conocemos, por qué hemos sido invisibilizadas, por qué lo que hacemos parece no importar, ni parece tener el mismo valor.
Desde este lugar es desde donde proponemos pensar una historia feminista, concibiéndolo como un lugar que se recrea cada vez que nos organizamos y nos juntamos con otras para reconstruir el mundo y mejorar la vida, pues es ahí donde es posible recuperar el sentido crítico que tiene la historia, en la medida buscamos formas de compartir lo que vamos descubriendo y que nombramos las injusticias que vivimos cada una de nosotras y nuestro entorno. Es un ejercicio que nos vuelve a conectar con la importancia de pensar en la justicia social, como un proyecto político que debe tener al feminismo entre sus pilares.
La transgresión aparece cuando pensamos y actuamos para que el mundo sea distinto, cuando nos acompañamos, cuando escribimos, cuando registramos y contamos lo que hacemos, pues son los primeros pasos para reconocernos como mujeres pensantes. La sociedad sexista, racista y clasista en que vivimos ha establecido jerarquías en las formas de conocer, validando algunos conocimientos por sobre otros y validando a algunos sujetos por sobre otros como detentores del conocimientos, el feminismo y en particular la educación popular feminista rompe con esas barreras pues parte de la premisa que todas las personas tenemos conocimientos.
El pensarnos como sujetas de la historia y como hacedoras de historia es revolucionario, pues visibiliza lo negado y nos permite pensar en cómo queremos revolucionar nuestras vidas y el mundo desde posicionamientos que no son neutros, y que nos ubican cuando descubrimos y visibilizamos los entramados que están en la base de las relaciones de poder en un lugar privilegiado para generar cambios, ante lo cual no es extraño que hoy en día sean muchas las feministas que se oponen al avance de las ideas conservadoras que las derechas de la región buscan imponer y que se levantan contra el extractivismo y los desastres medioambientales, como señala Angela Davis la revolución es posible precisamente a partir de las mujeres que han sido puestas fuera de la historia.
“Cualquier tipo de feminismo que privilegie a las que ya tienen privilegios es irrelevante para las mujeres pobres, las mujeres trabajadoras, las mujeres negras y las mujeres trans de color. Si se crean estándares de feminismo para los que ya están arriba en la jerarquía económica, ¿esto cómo se relaciona con las mujeres que están abajo del todo? La esperanza revolucionaria se encuentra precisamente entre esas mujeres que se sienten abandonadas por la historia y que actualmente se están levantando para que sus exigencias sean escuchadas”
¿Qué es entonces el feminismo?
El año pasado escuché a mi compañera del colectivo ReSueltas Feministas Populares, Sonia Nahuelán, decir en un encuentro con otras feministas (la mayoría más jóvenes que nosotras) que el feminismo es una conversación, una conversación que desarma y desordena lo cotidiano, que se alimenta y construye principalmente entre mujeres cada vez que hablan de sus malestares y de los costos que significa vivir en una sociedad adversa que se expresa en la vivencia reiterada de distintas formas de violencia y exclusión. Pero ¿qué es lo político en esta conversación permanente y sostenida por décadas, incluso siglos?, para Sonia, y para mis compañeras de las ReSueltas y muchas otras feministas que conozco, es la necesidad de transformar esos malestares, es agruparse con otras para alterar los órdenes jerárquicos que siguen ubicando a las mujeres y a la mayoría de las personas en la negación de una historia propia, es en definitiva subvertir las relaciones sociales basadas en el poder político, económico, cultural y social de unos pocos.
¿Qué es entonces el feminismo? Para partir y de manera provisoria lo definiré como práctica y pensamiento político que ha sido levantado en distintas épocas a partir del reconocimiento de las distintas formas de discriminación, violencia y exclusión que vivimos las mujeres y que se ha materializado en demandas que abarcan entre otros aspectos la construcción colectiva de una vida vivible (sin violencias, exclusiones y discriminaciones) para las mujeres y para el conjunto de la sociedad.
Es un movimiento que se inscribe en una trayectoria larga, que se nutre por lo que han hecho y pensado mujeres de distintos sectores sociales, de distintas localidades y procedencias, en distintas épocas. No son olas que vienen y se van, es la mar y los océanos completos, son momentos de visibilidad pública, pero también de trabajo interno que han sido nutridos por cada mujer que en algún momento de su vida ha querido hacer algo para desarmar el patriarcado.
Es también los quiebres y las tensiones que nos han llevado a darnos cuenta que no somos iguales, pues cada vez que nos unimos ante una lucha común, esos momentos de unidad también nos han servido para mirar y posicionarnos desde nuestras diferencias complejizando nuestro ejercicio político, pero enriqueciendo a la vez nuestra capacidad crítica. Es el cuestionamiento interno de cada una de nosotras a nuestras propias prácticas.
Algunos pasos que podemos seguir: Partamos por creernos el cuento,
A principios de este año en nuestra jornada de evaluación y planificación con las compañeras de las ReSueltas decidimos que una de las tareas en que nos concentraríamos el 2018 iba a ser sistematizar y reconstruir la historia de más 20 años que tiene el colectivo, pues vimos la necesidad de poder compartir de mejor manera lo que hacemos y de poder transferir los contenidos que hemos trabajado y las metodologías que hemos creado y recreado en las distintas acciones que hacemos, a lo que se sumaba la noción que dentro de las escasas memorias que tenemos sobre las trayectorias seguidas por el feminismo, las memorias del feminismo popular son aún más esquivas y difíciles de encontrar.
Sin embargo y a pesar de lo sentida que fue esta resolución, recién durante este mes, en realidad desde el sábado pasado, comenzamos al fin a configurar e imaginar en conjunto esta tarea, situación que se relaciona con las revueltas feministas de este año, pues como nunca antes hemos sido invitadas a contar nuestra historia en distintos espacios, lo que ha significado valga la contradicción que no hemos podido sentarnos con calma como habíamos imaginado (o por lo menos como yo había imaginado) a reconstruir y sistematizar nuestra propia historia, la historia nuevamente se coló por la ventana y feministas responsables como somos nos hemos esforzado por ir a la mayoría de los espacios en que nos han invitado.
Hemos estado en Santiago y en regiones, en foro paneles, conversatorios, mesas redondas, reuniones de articulaciones, redes y colectivos, en colegios, casas, sedes de organizaciones y universidades, convencidas de que la historia no para y de que en cada cosa que hacemos, en cada año que el colectivo ha sobrevivido hemos logrado doblarle aunque sea un dedito al patriarcado y al capitalismo, pues hemos tenido el privilegio de crecer, pensar, actuar y envejecer juntas.
Estas invitaciones y el poder responder a ellas han tenido como efecto colateral creernos cada vez más el cuento, pues una de las cosas que es más difícil para las mujeres es permitirnos pensar que nuestra historia es válida y que merece ser compartida, y si llegamos a convencernos de esto tenemos que superar una segunda barrera que es pensar cómo hacerlo, cómo reconstruimos nuestra historia.
En nuestro caso y aunque recién estamos empezando, este ejercicio se alimenta del uso que hemos hecho de la educación popular, que en síntesis nos invita a planificar lo que hacemos, a plantearnos objetivos y buscar metodologías que nos sirvan. ¿Con qué empezamos? 1) Con creernos el cuento, 2) valorar lo que hacemos, 3) recolectar las fotos, documentos, panfletos, folletines, cuadernos, dípticos, planificaciones de talleres, afiches, casetes que tiene cada una, 4) pensar en preguntas que alimenten esta reflexión (¿en qué momento me di cuenta que soy feminista?); en definitiva 5) perderle el miedo a la escritura y a la historia.