Sandra Palestro Contreras
Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres
Seminario “Violencia Sexual, Género y Derechos Humanos: justicia y reparación”, organizado por Corporación Humanas. Participación en Mesa: “Experiencias de mujeres sobrevivientes en el acceso a la verdad y justicia”, junto a Beatriz Bataszew, del Colectivo “Mujeres sobrevivientes siempre resistentes”.
27 y 28 de septiembre de 2017, Santiago
Quisiera partir haciendo tres precisiones:
Primera: la violencia sexual en la tortura es una de las múltiples formas en que se manifiesta la violencia contra las mujeres, en tiempos de guerra, conflictos internos o en tiempos de paz. Otras manifestaciones son los golpes y humillaciones en el ámbito doméstico; los piropos y agarrones en la calle y el transporte público; el sexismo en el sistema educativo y en la publicidad; el acoso sexual en los espacios laborales, liceos y universidades; la sub representación en las instancias de participación política, los menores salarios, entre otras. La violencia contra las mujeres es un problema estructural, uno de los cimientos del sistema patriarcal, por tanto es un continuo en la vida de las mujeres.
Segunda: la impunidad e invisibilización de la violencia sexual en la tortura son dos importantes factores, pero no los únicos, que influyen en que prácticas de abuso sexual se cometan hasta hoy en las detenciones de Carabineros a niñas y jóvenes en manifestaciones estudiantiles.
Tercera: trataré de expresar algunas reflexiones que me asaltan, y a veces me atormentan cuando veo este mundo que no cambia. Tienen que ver con los contenidos de una conciencia humana que garantice la no repetición de hechos inhumanos. Con la construcción de un Nunca más, en cuyo camino sin duda está el acceso a la verdad y la justicia que son los ejes de esta mesa.
El poder masculino se evidenció brutalmente durante la dictadura militar. Miles de mujeres chilenas y extranjeras fuimos prisioneras, y la violencia sexual en la tortura fue cometida por civiles y militares en todos los lugares de detención. Concluyen estudios posteriores, que es una situación extrema de dolor físico y psíquico, la máxima denigración a la que fueron sometidas las mujeres detenidas. “El objetivo fue quebrar su sistema de ideales y valores, frustrar su proyecto de vida, quebrar cualquier resistencia basada en su dignidad como persona”. “Las mujeres durante la dictadura serán ‘castigadas’ material y simbólicamente por haber sobrepasado las fronteras de los roles que culturalmente les estaban asignados”.
Sin embargo, de la agresión sexual contra mujeres en la tortura casi nada se habló, ni durante la dictadura ni después. Nadie preguntaba y nadie contaba los tormentos a que fuimos sometidas.
Treinta años pasaron para conocer, una parte, de esta violencia como tortura. La oportunidad fue la creación de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Comisión Valech) en el año 2003. El Informe presentado al año siguiente, es el resultado de 35.865 testimonios, de los cuales 3.399 fueron aportados por mujeres.
“Las entrevistas realizadas por esta Comisión no indagaron expresamente acerca de la violencia sexual ejercida contra las ex presas. Las situaciones que se registran fueron mencionadas espontáneamente por las declarantes. Es necesario señalar que la violación sexual es para muchas mujeres un hecho del cual les cuesta hablar y muchas veces prefieren no hacerlo”. Así introduce la Comisión Valech la segunda parte, Violencia sexual contra las mujeres, del capítulo V, Métodos de tortura: definiciones y testimonios. Luego, se encuentran relatos de las mujeres, aquellos mencionados “espontáneamente por las declarantes”. ¿Pero, por qué no preguntaron?
Esta omisión de la pregunta sobre violencia sexual tiene historia: Roberto Garretón, en el artículo “La defensa de los Derechos Humanos y la agresión sexual a mujeres presas durante la dictadura”, señala que desde el comienzo, en el Comité Pro Paz y luego en la Vicaría de la Solidaridad algo se sabía, pero “las agresiones sexuales no se registraron y menos dieron origen a expedientes judiciales; las violaciones simplemente no se registraron porque las víctimas no las denunciaron”. La primera explicación para ello es “el silencio natural que produce el pudor de la mujer que se enfrenta a una situación límite”.
En el Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación (Comisión Rettig), en el año 90, aunque el mandato era investigar sobre los ejecutados, muertos por tortura y desaparecidos, también se indagó sobre la tortura y sucedió lo mismo: se registraron mínimos detalles de agresión sexual. Al finalizar el mencionado artículo, Roberto Garretón concluye que “todos los testimonios que ahora se conocen nos deben hacer reflexionar sobre el por qué supusimos que la chilena podría ser la única dictadura fascista que no habría recurrido a la violación de mujeres y a otras agresiones y aberraciones sexuales”.
Entonces, el silencio natural atribuido a la falta de denuncias por pudor de las mujeres parece no explicarlo.
Otros estudios incorporan nuevos elementos para comprender este silencio: “para la persona sometida a tortura es imposible hablar, poner en palabras lo siniestro; el horror vivido no encuentra su significante y sólo es posible metaforizarle a través del síntoma”. Y agrega, “hablar de las experiencias de tortura ha sido y sigue siendo difícil, pero lo es más cuando el silencio formó parte durante muchos años de una estrategia de sobrevivencia, impuesta por el Estado a través del miedo y la amenaza constante, pero reproducida también al interior de los círculos afectivos más cercanos, como expresión de la privatización del daño. Es necesario ‘cuidar’ a los niños, a la familia, a la pareja, ‘evitarles’ el dolor y la vergüenza; hay que protegerlos del daño”.
Seguramente existen miles de relatos en este sentido, en los que habla y escucha no tuvieron correlato, por razones desde las más loables hasta las más deleznables, pero cuyo efecto fue el mismo: vaciar de contenido político la agresión sexual.
Mucho más tarde, supimos que casi todas las mujeres dijeron haber sido objeto de violencia sexual, sin distinción de edades, y 316 dijeron haber sido violadas. 229 mujeres fueron detenidas estando embarazadas, 11 de ellas declararon haber sido violadas. Debido a las torturas sufridas 20 abortaron y 15 tuvieron a sus hijos en presidio. 125 mujeres fueron ejecutadas y 72 mujeres permanecen desaparecidas, 9 de ellas estaban embarazadas.
La “sagrada” maternidad no fue obstáculo para la detención, tortura y violación de mujeres embarazadas. Nunca se escuchó una condena de las iglesias oficiales ni de la derecha por los abortos provocados por torturas. Las razones del silencio de la derecha y las iglesias en ese tiempo, tienen el mismo trasfondo de las que ahora expresaron, con voz muy alta, para negar la decisión de las mujeres de interrumpir o continuar un embarazo.
La derecha sigue la línea de Jaime Guzmán, su eximio ideólogo, y de la Constitución del 80, quien decía: “La madre debe tener el hijo aunque éste salga anormal, aunque no lo haya deseado, aunque sea producto de una violación o aunque de tenerlo, derive su muerte”. Efectivamente, como sintetizó tan bien Ena Von Baer, para la derecha las mujeres somos solo el envase de un feto.
Para las iglesias, con todo respeto a su culto, simbólica y prácticamente las mujeres estamos signadas por el origen divino, no fuimos hechas de partículas de su aliento sino de una costilla del hombre, para acompañarlo.
En medio de estas, sus verdades, buscamos verdad y justicia.
Estas no son cosas del pasado como pretenden, son de ahora mismo. Permítanme una pequeña experiencia personal en 2016. Yo iba sistemáticamente a un pequeño negocio de mi barrio a comprar alimento para mi gata, no recuerdo bien pero pudo haber sido durante 5, 7 años. Casualmente en una ocasión dije mi nombre y apellido en ese negocio; el dueño me preguntó si era familiar de los Palestro, cuando le contesté que sí, dijo: “mire qué cosas, y yo que soy de ultraderecha; era de la FACH en el gobierno de Pinochet, yo andaba patrullando en las calles y le puedo decir que todo lo que se cuenta es mentira; no pasó nada de lo que dicen”. Comprenderán que no tuve oportunidad de contar hasta diez, porque me salió a chorros lo que había vivido yo misma, mi familia y miles de compatriotas. Pero esto, que podría haber sido solo una cuestión del momento, no terminó allí. Mi verdad, hizo justicia y algo de reparación no volviendo nunca más a comprar en su negocio. Pero tampoco terminó allí. Tiempo después, el sujeto me vio pasar frente a su negocio y me detuvo. Cortésmente me hizo notar que yo no había ido más a comprar y que quería saber si me había ofendido en algo. Le repetí su mentira, le hablé nuevamente de mi experiencia y me fui, ni siquiera esperé alguna respuesta. Después pensaba, ¿no me escuchó la primera vez? ¿creyó que era mentira lo que yo decía? ¿podía él abstraerse del grupo jerarquizado al que pertenecía? ¿nunca supo lo que hacían sus compañeros de armas?
Ahora mismo, hace diez días, el candidato fascista José Antonio Kast dice que hay que sacar el monumento a Salvador Allende de la Plaza de la Constitución porque “divide a los chilenos”. Ahora mismo, hace cuatro días, la candidata Loreto Letelier, de la UDI, expresó que Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas Denegri se habían quemado ellos mismos.
Al escuchar estas barbaridades, una siente otra vez el correntazo que le atraviesa la columna.
Cuando se hizo público el Informe de la Comisión Valech supimos que muchas, en todos los lugares de detención, habíamos vivido una situación similar, y era evidente un patrón común en la tortura. No era verdad, como decían los jerarcas militares, que fueron excesos solo de algunos. El impacto que me produjo esta revelación me llevó a otro lugar, yo estaba en la posición de no hablar de mi experiencia, porque consideraba más importante la lucha de familiares de detenidas y detenidos desaparecidos, pero entonces comprendí cómo lo personal pasa a ser político. Y en esa comprensión encontré un ingrediente para incorpora al Nunca más.
Me pregunté entonces por el valor del testimonio en esa politización, y si es necesario repetir las experiencias una y otra vez para mantener la memoria. ¿Se produce una síntesis de estos relatos y se convierte en conciencia? Cuando me pongo en el lugar de quien escucha, no puedo dilucidar si uno, diez o muchos relatos de horror producirán un impulso a la acción; peor aún, me pregunto si lo recordará, si tendrá algún efecto en su vida.
Esto tiene relación con el esfuerzo que desplegamos las feministas para hacer más visibles las luchas y logros de las mujeres en la historia. ¿Por qué la memoria de nuestras antepasadas es difusa y no fluye naturalmente para afirmarnos como mujeres y provocar transformaciones profundas de la sociedad? ¿por qué cada generación parte de cero y piensa que está inaugurando la rebeldía?
También tiene relación con los testimonios de las mujeres agredidas por sus parejas que presenta la televisión. ¿Su objetivo es que nunca más se cometan agresiones contra las mujeres o que el rating suba? Hace solo meses el Canal 13 quería hacer un reality con mujeres que vivían violencia de pareja, y solo fue desestimada esta “genial idea” por la denuncia y presión que ejercimos en su contra. Cómo trató el programa Informe Especial del Canal Nacional la brutal agresión a Nabila Rifo, dándole todo el valioso tiempo de televisión al agresor, para que siguiera mintiendo, mejor aún si terminaba llorando.
¿Cómo no relacionarlo con el alegre testimonio de una mujer en una publicidad de Virutex que decía: “mi marido trapea el piso conmigo, y me encanta”?
Tiene relación con la prisión de la machi Francisca Linconao, el asesinado de Macarena Valdés, el parto de Lorenza Cayuán, y con la respuesta policial y judicial a la histórica y justa lucha del pueblo mapuche.
En estas conexiones encontré otro ingrediente para el Nunca más. Hay un patrón común en la producción y reproducción de la violencia hacia las mujeres, y hacia todos y todes que no pertenecen a los grupos de poder económico, político, comunicacional.
En palabras de Maturana: “los discursos sobre los Derechos Humanos, fundados en la justificación racional del respeto a lo humano, serán válidos solamente para aquellos que aceptan a lo humano como central, para los que aceptan a ese otro como miembro de la propia comunidad de uno. Es por eso que los discursos sobre Derechos Humanos, los discursos éticos fundados en la razón, nunca van más allá de quienes los aceptan de partida y no pueden convencer a nadie que no esté ya convencido. Sólo si aceptamos al otro, el otro es visible y tiene presencia”.
Una lectura, en acuerdo con este texto, nos recuerda al Almirante Merino, quien estaba convencido que las y los opositores marxistas eran “humanoides”, por lo tanto excluidos de su comunidad. Nos pone también ante los ojos la discriminación a migrantes de otras razas, etnias y culturas que está sucediendo ahora mismo. Otra lectura, pone de manifiesto nuestra invisibilidad y ausencia en “el otro”, “ese otro”, “uno”, etc., un lenguaje y un mundo masculinos que no nos incluye en su comunidad. Somos objeto sexual, botín de guerra, otra mercancía para la venta de mercancías.
Cuando pienso en los poderes civilizadores de la memoria, me pregunto ¿qué memoria preservaron los esclavos y esclavistas que esta aberrante práctica de la Antigüedad, se reprodujo en la Edad Media y los Tiempos Modernos, incluso en trabajos esclavizados en la actualidad? o los colonizados y colonizadores del 1500 que se produjo la neocolonización en las primeras décadas del siglo XX y, sin ir más lejos, en lo que hay de fondo en la lucha del pueblo mapuche hasta la actualidad; o los guerreros, vencedores y vencidos de la Primera Guerra Mundial que se volvieron a enfrentar 25 años después en la Segunda Guerra Mundial? o una Tercera que ya se siente en la actualidad?
Aún así, pienso que la historia no es circular, pero no tengo argumentos teóricos para sustentarlo; más bien lo afirmo basada en el conocimiento de los caminos que abrieron las mujeres que nos antecedieron en la historia de Chile y el mundo, y en las experiencias que hemos vivido contemporánea y colectivamente desde hace décadas.
Pese al horror que vivimos en el Estadio Nacional, en Villa Grimaldi, Tejas verdes, la “Venda Sexy”, Tres y Cuatro Alamos, y otros centros de prisión y tortura a lo largo del país, muchas mujeres nos reincorporamos a la lucha contra la dictadura, y después en la búsqueda de verdad y justicia. Luego, nos encontramos con las y los estudiantes exigiendo educación pública, gratuita y ahora también no sexista; con los movimientos de diversidad sexual expresando e interpelando a la sociedad por su existencia; con las comunidades regionales que no quieren el aire, la tierra, el mar contaminados por las ganancias de grandes empresas; con el pueblo mapuche en la lucha por su autonomía como nación; con las mujeres que logran salir de la violencia de pareja.
En fin, cuando se entiende que en estas luchas, desde las distintas posiciones en que nos manifestamos, también nos encontramos en un patrón común: contra la violencia, el abuso capitalista y la depredación de la naturaleza, emerge otro ingrediente para incorporar en el Nunca más.
Nuestras vidas fragmentadas, las memorias fragmentadas, las luchas inconexas ayudan a perpetuar la impunidad, la mentira, la injusticia, la explotación. Por eso el Nunca más requiere llenarse de razones y prácticas para hacerse carne en la conciencia de todas, todos y todes, y resonar con decisión en el Estado, en las calles y hasta en el último rincón de la casa.